jueves, 25 de febrero de 2010

El dengue contra la influenza

Aunque como todo buen lector de prensa discretamente sensacionalista, inevitable en una realidad sensacionalista (y sobre todo, claro, porque el dinero no deja de hablar, ni en su empleo más noble) me encuentro siempre atraída al problema del narcotráfico al manosear el periódico, no lo voy a hacer tema todavía por un rato. En estos días me estoy descubriendo cada vez más en las maravillas de la sociolingüística, lo que como la emersión en cualquier ciencia, da un nuevo giro al ver el mundo. Por el lenguaje entendemos nuestro mundo, y qué mejor lo ejemplifica que un periódico, la fuente de conocimiento actual, concreto y objetivo de nuestra realidad. Pero por fortuna mencionaron ayer en el informador la mortandad actual de 90 personas del problema constante de la influenza, y me acordé de un sábado hace más o menos ocho meses; un sábado en que las plazas de Guadalajara estaban solas, las calles y los cafés solos, los cines solos. Un sábado en que el mismo informador reportó más de mil casos de Influenza, más de ciento cincuenta muertos apenas en la primera semana llegada de México, y una guía de los pocos lugares públicos que se mantendrían abiertos durante la epidemia. Fueron tres semanas enteras sin clases, sin trabajo, sin cine, hasta sin las tortas ahogadas de a la vuelta, acompañadas por meses de cubre-bocas y en que nadie se atrevía a toser en el camión, durante los cuales no hubo ni mención del dengue. Culpó todo el mundo al gobierno cuando se empezó a dar cuenta que nadie conocía a nadie que trajera esa espantosa influenza; por algo provocaron o por lo menos escandalizaron una ronda de gripe que no era para tanto, y para agosto cuando definitivamente estábamos ante el inicio de una epidemia la solución ya no era cubre-bocas sino repelente. Todo el mundo de Guadalajara traía el dengue. No hubo nadie sin enfermo en casa, sin vecinos, amigos, tíos, hijos, jefes, compañeros, que no lo trajeran; ¿y los medios? Bien, gracias. No hubo suspensión de nada, sólo unos intentos leves de fumigar, y el periódico sin escándalo ninguno, sino cobertura normal. Pues no es que nadie haya mentido. No hay mentiras ni en la política ni en la prensa, sino hay manejo de información, algo parecido al cuadro de la copa y los perfiles, un juego de contrarios, de sugerencias para provocar determinado sentimiento en su público, de omitir lo inconveniente y escandalizar lo conveniente, por lo que quizá la primera lección para leer un periódico debe ser ignorar el orden. Leer parejo, leer los hechos, y buscar siempre lo que son espacios en blanco, por menos que parezcan.

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